Hombrecillos verdes.

Desde que existen crónicas escritas de los avistamientos ufológicos, numerosos testimonios coinciden en describir a los visitantes de otros mundos como hombrecillos de color verde. Aunque personalmente siempre consideré esta descripción como una leyenda, mi opinión cambió radicalmente una clara noche española de Marzo de 1987. Yo vi a los hombres verdes.


Los hechos ocurrieron así:

En aquella época, era ya una costumbre arraigada en el campus de Verlertown lo que el cuerpo docente dio en llamar "Convención lúdico-experimental interdepartamental" y que, básicamente, consistía en una puesta en común, de manera informal, de las materias más pintorescas o curiosas estudiadas por los diversos departamentos y cátedras. Esta convención se celebraba cada año en una ciudad europea distinta.

La sede de 1987 fue Móstoles, en España, país que fue cuna de mis antepasados. La Concejalía de Festejos de la localidad nos cedió amablemente una carpa que había sido usada en un concierto de rock y que aún no había sido desmontada. Un marco académico escueto pero alegre.

Aquel año, la estrella fue una planta aromática que el Departamento de Etnografía Tropical presentó como habitualmente usada por cierta tribu amazónica y que todos los presentes fumamos de forma experimental. Debo decir que a mí no me causó efecto alguno, aunque al resto de asistentes les produjo cierto desenfoque en sus siluetas, que empezaron a verse algo borrosas. No les dije nada por no preocuparlos.

Otra presentación que recuerdo con nitidez fue un estudio comparativo de la anatomía femenina en las diversas razas humanas, que fue espléndidamente ilustrado por la colaboración desinteresada de algunas ilustres colegas. Especialmente aplaudida fue la demostración de la profesora Paula do Nascimento, representando a la mujer carioca, que nos honraba con su presencia gracias a un intercambio docente con la Universidad de Samba de Río de Janeiro. Tampoco estuvo mal la demostración de la señorita Tanaka, becada por la Universidad de Tokio, que nos ilustró sobre los secretos de la anatomía oriental. Cuando Miss Croquett, la septuagenaria y obesa catedrática de Química, quiso unirse a la demostración representando a la mujer británica, una gran mayoría de asistentes recordó súbitamente lo tarde que se había hecho y comenzó a abandonar el salón de actos. Me uní a ellos.

Mi encuentro con los visitantes de otro mundo tuvo lugar cuando conducía de regreso al hotel "Pensión Paqui" en el que nos alojábamos parte de los miembros del cuerpo docente. Tras una curva especialmente movediza, tuve que esquivar un árbol que se abalanzaba sobre mi coche de alquiler y que me obligó a desviarme por cierta ruta secundaria. Fue entonces cuando vi la nave. Estaba parada a un lado de la carretera y, desde su parte superior, emitía destellos azules de forma intermitente. Un par de seres de apariencia humanoide se encontraban al lado del vehículo destellante. Vestían ropas de color verde y portaban unas armas semejantes a las espadas de luz que George Lucas inmortalizaría en "La Guerra de las Galaxias", aunque algo más cortas.

Interpreté por sus gestos que querían que me parase y me apease del vehículo, cosa que hice inducido por cierto nerviosismo inexplicable. A partir de este momento, todo se vuelve confuso en mi memoria. Recuerdo cierto utensilio que introdujeron en mi boca y por cuya boquilla, parecida a la de un instrumento musical, hube de soplar. También recuerdo que, movido por una euforia extraña, producto sin duda de algún tipo de sugestión mental, entoné diversas tonadas de mi Gales natal mientras abrazaba a uno de los humanoides.

Una especie de laguna espacio-temporal en mi memoria, manipulada sin duda por los extraterrestres, hace que lo siguiente que recuerde sea un duermevela con mi cabeza apoyada en el pecho derecho de Miss Croquett en el vuelo charter que nos devolvía a nuestra brumosa isla.